Citas del libro Jezabel, el precio del pecado de Frank Slaughter.
Miguel ve por primera vez a Jezabel cuando esta encarna a la Diosa Astarté:
- El resplandor de la luz que ahora inundaba el alveolo bañó con su claridad el cuerpo de la sacerdotisa que ofrecía su espléndida belleza al desnudo, salvo una estrecha cintura de oro alrededor de sus caderas y una lámina de oro que cubría los pezones de sus senos perfectos. En medio de su frente brillaba una única piedra preciosa, y de ella colgaba un velo que ocultaba sus ojos, dejando solamente dos hendiduras estrechas que le permitían ver. Miguel sintió subir por su cuerpo un deseo tan ardiente que tembló.
[...]
Miguel había sentido gran simpatía por el rey Acab durante su breve conversación del día anterior. Si Jezabel hubiera sido diferente, su honestidad innata le hubiera impedido considerar cualquier tipo de relaciones con la mujer de Acab, Pero la fiebre que le había inflamado la sangre la noche precedente, cuando ella se había mostrado desnuda en el templo de Astarté, era como un fuego abrasador que derribaba cualquier contención posible.
Ella le invita a cenar y en vez de acostarse con él como él querría, inicia una conversación sobre política y estrategia en la guerra que mantiene su marido con los asirios. En un momento dado:
Jezabel quedó pensativa. Miguel comprendió que era tan inteligente como bella.
- Ya ves que sencillo es todo. El arte de gobernar no es más complicado que el decidir qué vestido habrá que ponerse para el banquete del día siguiente.
-Olvidas una cosa, la plenitud de tu naturaleza de mujer.
-¿la plenitud?
Miguel vió que la palabra la dejaba perpleja.
-Sin duda amas a alguien, o lo amarás algún día. Cuando esto ocurra, serás dominada por él y tus impulsos cederán, a menos que coincidan con los del hombre amado.
Jezabel sacudió la cabeza.
Pero no le da tiempo de enamorarse antes de que la maten, o quizá no fue por falta de tiempo: sólo que debe resultar díficil amar a hombres como los que la rodeaban.
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