Desde niña fui niña exploradora (las ideas Robert Baden-Powell llegaron casi intactas incluso a los lugares más recónditos).
Con el tiempo, ascendí a Guía. Me gustaba la vida al aire libre, la disciplina sin la cual la naturaleza nos habría devueltos a la vida citadina hechos un pingajo, como sucede con frecuencia hoy día.
Todo o casi todo era útil y divertido: trabajar, cantar, el espíritu de equipo, dormir oyendo los sonidos de la noche sin temerles, despertar al canto de los pájaros, cuidar de nosotros y los compañeros,rastrear...
De eso va este post.
En ocasiones, nos apartábamos del campamento, y cada uno elegía uno de los laberínticos caminos de los lugares asignados para acampar.
Los peques gustaban de la variante de llamarse a gritos, tratando de sorprender al otro apareciendo por detrás: invertían mucho tiempo y cuidados para fingir que estaban en un lado cuando en realidad estaban en otro. Es posible que hubieran estado influenciados por la conducta de un ave argentina, el Tero, (Vanellus chilensis), conocido por gritar lejos del nido para ocultar su verdadera posición.
Al poco tiempo noté que un par de niños les divertía en especial este juego. Tanto que vinieron a consultar si "algún libro podía ayudarles".
Así que buscamos en la biblioteca información sobre el sonido y sus formas de viajar en el espacio.
Así conocimos el efecto Doppler. En el primer momento les hizo mucha ilusión tener un conocimiento que les permitiría aventajar a sus compañeros de juego.
Luego vimos que el efecto podría ser útil sólo si se trataba de un observador inmóvil que registra el sonido de un tren o de una sirena en movimiento...los diversos tonos nos informarían de su posición relativa.
El aporte a la estrategia del juego fue muy pobre...¡pero qué importante les parecía!
Al año siguiente no hubo campamento, ni al otro, ni al otro...
Luego de muchos, muchos años, volvimos a encontrarnos. Asistieron al encuentro muchos de los chicos, adultos ya.
De inmediato reconocí al chico y la chica a los que tanto les divertía el juego.
Ese día, lo que vi, diría que fue un efecto del efecto Doppler...
Al acercarse el uno a la otra, la intensidad de sus emociones, reflejada en sus rostros y en sus gestos, aumentaba en la misma manera que la frecuencia de las ondas.
Los demás permanecían inmóviles, y como si fuera música, sentí las emociones un tono más arriba del que los demás podían percibir.
Al finalizar el reencuentro, los que habían venido de lejos, regresaron por el camino que los trajo.
Ella quedó inmóvil mientras las emociones recientes, como las ondas, se alejaban. Graves.
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