Hoy me he decidido escribir esta carta, en papel y manuscrita. El pulso vacilante, cierta sensación de estar haciendo el ridículo hacen que mi letra, habituada a la caligrafía, pierda algo de su claridad, cosa que espero no suceda también con el significado de lo que estoy escribiendo.
Merece Vd. todas las explicaciones, ya que esta será la primera y última carta que reciba de mí.
Fue hace unos meses, quizá un año, cuando le vi por primera vez. A partir de ese momento, viejas impresiones fueron formando un rompecabezas. La siguiente vez que le vi, ya no tuve dudas: me estaba enamorando.
Como es persona merecedora de todomi respeto siento la necesidad de comunicarle este sentimiento y a la vez la razón - o sinrazón - del porqué esta es, también, la última vez que lo expreso, por este medio o por cualquier otro.
En el año que ingresé al Colegio, al cambiar el blanco delantal por el uniforme azul, sentí cambiar algo en mí , mejor dicho, empecé a ver que algo estaba perdiendo.
Lo que estaba perdiendo era el entusiasmo, el ímpetu, el placer de las cosas de la infancia.
El despertar por las noches en la oscuridad del cuarto y ver en el umbral de la puerta una raja de luz, la que cada tanto era cortada por la sombra de un adulto que pasaba y la tranquilidad que a esa sombra acompañaba, ya no tienen importancia.
La espera, con el corazón palpitante, a que llegara el día de Navidad para ver los regalos; el hablar con una amiga imaginaria; el soñar con ser un hada con vestido iridiscente y varita mágica, el subirme a los tacones de mi prima, la mayor, para probar cómo era eso de ser elegante...
Lo que poco antes llenaba de alegría, de tranquilidad, de sueños , empezó a un dejo de tristeza,
A la pérdida siguió una sensación de insatisfacción: me sentía alejar de lo conocido y seguro, ¡y todavía me faltaba mucho para ser considerada "adulta"!.
Era un estado intermedio, un vacío que intenté llenar con tan diversas como pasajeras actividades.
Me interesé por el estudio como nunca antes, con verdadero interés, no el interés del alumno que tiene que pasar de un año a otro, o los padres y preceptores le sancionarán con severidad: quería conocer, quería saber, y de a poco fui teniendo noción de un "todo" que superaba mi mundo parcelado en el que vivía.
Así fue que empecé a pensar.
Todo parecía nuevo para mí: desde la magnitud del universo conocido, hasta ese momento una maqueta de bolas de cartón piedra y alambre que giraban al impulso de una manivela a todo lo que me rodeaba e incluso yo misma...tanto la contemplación de una estrella lejana como el brotar de las semillas en el huerto de mi padre eran motivo de investigación y de gran fatiga, pues nada me era suficiente.
De igual modo pasé a las actividades físicas, hoy quería ser patinadora, mañana nadadora olímpica...
Entonces fue cuando la naturaleza, indiferente a los libros y las actividades sociales inventadas por el hombre, me puso por delante un desgarbado joven.
Este joven tenía mi misma edad y nos encontrábamos tanto en la biblioteca como en el camino al club y, aunque rodeados ambos de nuestros compañeros, al poco los compañeros desaparecieron del radio de nuestra percepción, difuminándose para dejar al uno frente al otro: estábamos enamorados.
¡Qué momentos contradictorios!
Momentos que todo adolescente habrá pasado o pasará, pero para mí eran únicos y exclusivos y nadie podría comprenderme.
Hoy miro atrás y sonrío con ternura viendo a esa desmañada jovencita atormentada en un momento por la duda; en el otro, por la certeza de la existencia del amor, pero ¡siempre había un pero! de nuevo el miedo, un miedo agradable, como un dolor deseado, el que las cosas sigan su camino sin saber qué o cuál era el camino...
Cuánto duró, no lo recuerdo. Sí puedo asegurar que fue el período de mi vida donde fui más feliz, o creí serlo. Pasó el tiempo, crecimos, fuimos aceptados en el mundo de los adultos y las relaciones tenían un tinte formal, con ritos y horarios: dicho de otra manera, "la vida nos separó".
Si pudiera resumir mi vida en esta carta, sería un resumen aburrido: afortunadamente, pocas cosas malas me sucedieron.
Conocí otros muchachos, hasta que uno me propuso matrimonio, al tiempo nos casamos y vivimos en buena armonía mientras esperábamos tener niños y compartir con ellos ese pedacito de felicidad que queríamos encerrar en nuestro hogar.
Pasaron los años, los hijos hicieron el mismo trayecto que sus padres y sus abuelos y dejaron el hogar, que ahora es una gran casa.
El amor quedó como quedan los cimientos de las obras de los hombres: estuvo o está, pero sin ser visto ni percibido. Una amable rutina acompaña mis días, cierta libertad económica me permite darme algunos lujos, la salud es buena...
Pero (y aquí otra vez el "pero") las penas y angustias de un amor con miedos, noches sin dormir, idas y vueltas, pasos adelante y su arrepentimiento posterior y vergüenza que creemos todos perciben por una nadería...eso era lo hermoso, lo que nunca más pude encontrar, ni buscándolo ni estando alerta a su llegada.
Tan alerta, que supe descubrir en el primer momento que le vi a Vd. que estaba empezando a enamorarme. "Tal vez", me dije "vuelvan a mí todos esos temores agradables, esa hipersensibilidad a los más mínimos signos, ese dolor dulce de las esperas, ese primer beso..."
Cualquier persona que ha vivido, al menos una vez, un amor en plenitud sabe que ha experimentado maravillosas noches - o días - en compañía de la persona amada ¿pero algo más intenso, inolvidable, irrepetible que el primer beso...?
Por estas razones, o sinrazones, renuncio a embarcarme en una aventura para la cual ya no estoy preparada. Qué curioso: cuando creía no estar preparada, me desempeñé de la manera más natural. Hoy, tendría que forzarme a serlo: he crecido, me he instalado en el tejido social, aprendí las reglas y, buena o malamente las cumplo.
Dejo aquí, demasiado confuso me ha resultado lo escrito, y puede que le agobie a Vd. con tantas ideas y sensaciones contradictorias.
Que esta carta será la primera y la última, con la esperanza de que comprenda que no puedo expesarme como quisiera.
Son mis deseos que, de todo esto, vaya la seguridad de mi amor, con el mayor de los respetos hacia su persona y la mía.
Tal vez un día cualquiera relea estas líneas y sonría, como sonrío ahora recordando la jovencita que fui. Por ahora, sólo puedo intentar despedirme con la mayor corrección.
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