Hace poco un amigo me preguntó si yo era algo con lo que nunca me he sentido especialmente identificada, todo por haberle contado una historia familiar de la que generalmente además no hablo. Lo negué. Dos veces. Una diciendo que yo soy un ser humano y que esas identidades (nacionales, religiosas... ) sobran. La otra defendiendo que esa no es mi mi identidad "mayoritaria" por herencia ni por educación ni, sobre todo, mi elección personal: tiendo a considerarme internacionalista y no religiosa. Nunca me he sentido identificada con la necesidad de "conservar las raíces".
Pero lo cierto es que yo no soy "eso" ni lo "otro" de forma excluyente, pero tampoco debería haber negado que mi historia familiar, toda ella, ha influido en mi identidad, en lo que soy de verdad: bien sea por aceptación bien sea por rechazo la familia siempre influye bastante en los valores que uno acaba adoptando en la vida (pero tampoco es la única influencia).
Ayer recordé el libro de Amin Malouf y me he sentido algo menos rara. Por lo que se ve a él también le ha acabado por no hacer sonreír esa sensación de que uno debe identificarse con una etiqueta y una sola y que la respuesta a la pregunta "entonces tú eres ...?" solo tenga una respuesta aceptable y excluyente. Él lo escribe así en la introducción a su libro "Identidades asesinas":
"¿Medio francés y medio libanés entonces? ¡De ningún modo! La identidad no está hecha de compartimentos, no se divide en mitades, ni en tercios o en zonas estancas. Y no es que tenga varias identidades: tengo solamente una, producto de todos los elementos que la han configurado mediante una «dosificación» singular que nunca es la misma en dos personas.
En ocasiones, cuando he terminado de explicar con todo detalle las razones por las que reivindico plenamente todas mis pertenencias, alguien se me acerca para decirme en voz baja, poniéndome la mano en el hombro: «Es verdad lo que dices, pero en el fondo ¿qué es lo que te sientes?.»
Durante mucho tiempo esa insistente pregunta me hacía sonreír. Ya no, pues me parece que revela una visión de los seres humanos que está muy extendida y que a mi juicio es peligrosa. Cuando me preguntan qué soy «en lo más hondo de mí mismo», están suponiendo que «en el fondo» de cada persona hay sólo una pertenencia que importe, su «verdad profunda» de alguna manera, su «esencia», que está determinada para siempre desde el nacimiento y que no se va a modificar nunca; como si lo demás, todo lo demás -su trayectoria de hombre libre, las convicciones que ha ido adquiriendo, sus preferencias, su sensibilidad personal, sus afinidades, su vida en suma-, no contara para nada."
En gran medida somos lo que nos ha hecho la vida y en esa vida está incluído el ambiente en que hemos crecido y las personas que estuvieron a nuestro lado mientras nos formábamos como ser humano. Sus ideas, sus gustos, sus aficiones, su manera de sentir o de amar se nos transmitieron y nosotros no tuvimos más que adoptarlos o rechazarlos. Muchos tenemos aficiones heredadas de esas personas y, si a su vez ellas las heredaron, ahí tenemos un lazo que se hunde en lo más profundo del pasado. Le llamemos raíz o como queramos llamarle.
Pero el problema es cuando se tiene varias raíces que aparentemente son contradictorias unas con las otras, como le pasa a Amin Malouf. A veces conviven, a veces unas son abandonadas.
Amin Malouf por ejemplo, reivindica su derecho a sentirse a la vez francés y libanés, a no tener que elegir. Un poco antes el trozo que cito explica que ha leído en las dos lenguas, ha escrito en las dos lenguas y considera que las dos son suyas. Eso es genial para él. Lo que no tengo tan claro es que sea genial para sus nietos, si no han vivido nunca en el Líbano.
En ese sentido es en el que yo no creo que haya que aferrarse a "nuestras raíces". Mi abuela materna era polaca, pero yo no siento esa pertenencia a Polonia que seguramente ella sintió parte o toda su vida. No consigo sentir que para mi haya sido una pérdida no saber polaco y haber aprendido francés e inglés, por ejemplo.
Pero al mismo tiempo mi visión del mundo no es la misma que si mi abuela no hubiera sido polaca y llevado la vida aventurera que llevó.
Sobre eso es sobre lo que me hizo reflexionar la pregunta de mi amigo.
También sobre que existen etiquetas que se consideran contradictorias: muchas veces no te dejan ser a la vez una cosa y otra.
Eso es lo que no me parece justo, lo que creo que lleva a conflictos.
En Cotton Club, en uno años de gran racismo en los USA, una chica pasaba por blanca por su físico ocultando que uno de sus abuelos (creo) era negro y gracias a eso podía llevar una vida que no hubiera podido llevar si hubiera sido negra. Pero es que no hubiera debido tener que elegir entre pasar por negra o pasar por blanca.
De la misma manera, es injusto cuando en un conflicto sientes que te obligan a estar con los unos o con los otros, de forma excluyente. Es muy raro el conflicto en que no existen injusticias por ambos bandos ni motivos razonables, incluso aquellos en los que un bando es claramente más defendible que otro.
Por ejemplo, en mis discusiones con nacionalistas muchas veces se quejan de que parece que no pueden defender sus ideas porque automáticamente la gente los identifica con los terroristas que se dicen nacionalistas.
Sobre este tipo de cosas es sobre las que andaba reflexionando...
Por muy rectilíneos que sean nuestros orígenes, por pocos cambios que haya habido, siempre tenemos varias influencias, pues, sin ir más lejos, procedemos de una pareja que puede tener mucho en común... o muy poco. Y todos sabemos que uno de los dos nos influyó más que el otro. ¿Por qué? Tal vez por afinidad en el carácter o porque uno estuvo más cerca que el otro. Y esa pregunta tan idiota que nos hacen de niñas -"¿A quien quieres más, a papá o a mamá"?- podría ser la disyuntiva de Amin Malouf entre ser francés o libanés.