"Había una vez una ancianita con más años que hojas tiene un ombú. Alta y flaca y memoriosa y sabia.
Y había una vez un pueblo grande como dos sábanas cosidas al medio por las vías del ferrocarril.
Y había en el pueblo varias familias con muchos chicos.
Y había trenes que pasaban de largo, llenos de vacas y sin pasajeros.
La anciana vivía sola en lo alto de un mangrullo. Guardaba cachivaches en un baúl de su antepasado el Conquistador. Y su grillo Pachimú se guardaba él solo dentro de una caja de fósforos.
Un buen día los niños, reunidos en asamblea en el galpón del ferrocarril, bajo las alas de un viejo avión herrumbrado, decidieron adoptar a la anciana como bisabuela de todos y llamarla Bisa.
Y desde entonces vivieron felices, jugando con Bisa a la rayuela y al ajedrez.
Salían todos a pasear, algunos en bicicleta, otros en caballo de palo y alguno en un cajón tirado por un carnero.
Pescaban renacuajos para investigarlos y cultivaban enormes calabazas anaranjadas.
Bisa, en sus tiempos, había sido aviadora. Y el viejo avión era su famoso "Aguila de Oro".
La campeona de vuelo estaba jubilada –decía- desde que sus ojos se debilitaron y un mal día al aterrizar había atropellado a una pobre perdiz viuda.
Entre todos se pusieron a limpiar y aceitar el aeroplano, con la esperanza de volar algún día y llegar por lo menos hasta la orilla del mar.
¡Y ese día estaba cerca! Porque ya las hélices rugían como dos leones tartamudos, comandados por la famosa aviadora.
Bisa abrió su baúl, sacó su viejo uniforme arrugado y se lo probó frente al espejo.
-No es tan distinto del uniforme de los astronautas, ¿verdad, Pachimú?
Pero el grillo, por ser tan pequeño, no sabía nada de astronautas.
Bisa se encasquetó la gorra y se puso unas antiparras que nunca había usado: eran un trofeo que le regalara su madrina después de su último vuelo, ¡tantos miles de días atrás!
-Estos anteojos se han vuelto locos- dijo Bisa.
Y miró a Pachimú, y en su lugar vio un gato con cola de pavorreal.
-Estás muy raro. ¿Qué te pasa, Pachimú?
Pero Pachimú, por ser tan pequeño, no sabía nada de rarezas.
Bajó de su casa y con el grillo en su caja dentro de uno de sus 54 bolsillos llenos de herramientas, corrió a contarles a sus biznietos la novedad.
Los niños, por riguroso turno, se probaron las gafas y no vieron nada, sólo las encontraron asquerosamente sucias y empañadas.
-Estoy segura de que con estos anteojos maravillosos ponré en marcha el motor- dijo Bisa.
Los chicos abrieron los portones, Bisa trepó a la diminuta cabina, movió manivelas y palancas y... brrrrummmmmm...... cruzó las vías y remontó vuelo.
Los biznietos la siguieron un poco a la carrera, después se taparon los ojos temiendo lo peor.
Seguramente ustedes también tiemblan de espanto pensando que se va a estrellar contra el más alto de los eucaliptos.
Pero no. Bisa vuela, feliz.
Mira hacia abajo y ya no ve a sus biznietos ni el ocre de los monótonos campos.
Ve toda la ciudad de Nueva York, ve una carroza tirada por mariposas gigantes, ve las pirámides mexicanas, ve un cohete espacial que pasa cerca, y allá lejos ve algunas torres de la ciudad de Bagdad.
Como le quedaba escaso combustible, al divisar una calle ancha y poco transitada, decidió aterrizar.
¿Dónde estaría? ¡Buena pregunta para Pachimú!
Bisa se levantó las gafas y vio que los niños de un pueblo extraño se acercaban a recibirla, con sonrisas, besos, abrazos y un ramillete de margaritas.
Pero ¡ay! Hablaban en otra lengua, sólo entendieron el idioma de los cariños.
Entonces Pachimú se puso a cantar, y a él sí lo entendieron, porque los grillos cantan en un idioma universal.
Salió de su caja y del bolsillo y desde el ala del avión trabajó de traductor.
Los chicos de ese pueblo también decidieron adoptar a Bisa como bisabuela de todos.
Y le ofrecieron domicilio en una casita construida en las ramas de un árbol.
Desde entonces Bisa vuela de pueblo en pueblo y de biznietos en biznietos.
Ya aprendió otro idioma y, en cada viaje, que dura media hora o tres meses –nadie lo sabe-, sigue mirando encantada por los cristales de sus antiparras, las maravillas del mundo que siempre quiso conocer.
Los niños del pueblo adoptan a una anciana como bisabuela de todos. Un día Bisa vuela en su viejo aeroplano y se va... para encontrar a muchos biznietos más, en otro pueblo lejano."