Este blog disperso recurre a mí cada tanto cuando sus Comentaristas (rama femenina) están dispersándose por ahí.
Muchas cosas han cambiado desde que iniciamos la escritura de estos posts, muchas veces nos repetimos, nos contradecimos, nos olvidamos.. como en la vida real, también nos ilusionamos.
El hecho que haya otros medios de comunicación más veloces y/o que exijan una respuesta breve -incluso ninguna respuesta- no suma ni resta al seguir escribiendo.
Escribimos porque queremos. Cuando queremos....y mientras queremos.
Y en esta ocasión, más que escribir algo propio, me remito a una escritora y guionista argentina: Aida Bortnik, sobre cuya trayectoria pueden leer algo
aquí
Mucho se ha escrito sobre la amistad. Ah, ¡la amistad! nada como un amigo para...para casi todo.
Muy bueno para una novela rosa, muy idealista, muy optimista, pero va a ser que los amigos son personas.
Como nosotros.
A veces es bueno quitarnos de encima mitos y fantasías que entorpecen las relaciones. Duele, pero ayuda.
En este párrafo están algunas desmitificaciones que quizá ayuden a reconocer en el otro al amigo. El amigo que no impedirá que caigamos al pozo, pero sí hará que vivir valga la pena.
Porque de eso se trata; no de estar juntos o separados, protegidos o indefensos: sólo se trata de vivir.
Los amigos:
no pueden impedir que uno sufra,
no pueden garantizar que uno sea feliz;
no pueden reemplazar a la madre ni al padre,
no pueden confundirse con el amante ni con el hijo;
no evitan que uno cometa errores,
ni aciertan siempre en celebrar a tiempo el verdadero triunfo sobre uno mismo;
no impiden que el dolor duela,
ni aseguran que el amor ame;
no detienen el tiempo y sus deterioros;
no apresuran el equilibrio ni sus armonías;
no están siempre que hacen falta,
ni se van cuando uno está preparado para la soledad;
no colman todas las posibilidades de la sed,
ni se privan de despertar otras nuevas.
Los amigos solamente hacen que el espejo nos devuelva la imagen de alguien capaz de ser amado por alguien a quien ama.
Los amigos solamente hacen que la vida valga la pena de ser vivida.
Aída Bortnik