Aproximadamente entre los años 1983 y 1986 estuve participando activamente en el GEDEA, Grupo Ecologista de Agrónomos, en la Universidad Politécnica de Madrid. Me encargaba de los problemas relacionados con los residuos industriales y urbanos porque de las plantas y animalitos preferían encargarse los estudiantes de agrónomos claro :-)
Fueron unos años muy emocionantes en el movimiento ecologista. Por una parte hubo divisiones históricas, como toda la movida, que no recuerdo con detalle la verdad aunque sí me quedó un regusto de crispación muy desagradable de algunas reuniones a las que asistí, que llevó a la escisión de AEPDEN (Asociación de Estudios y Protección de la Naturaleza) y AEDENAT (Asociación Ecologista de Defensa de la Naturaleza). (¿no os recuerda a los Monty Python? ;-) También hubo grandes intentos de agrupar a todas las miniorganizaciones en movimientos más amplios como la CAME, Coordinadora Asamblearia del Movimiento Ecologista.
Ahí viví por primera vez, en vivo y en directo, las ventajas y los inconvenientes de los movimientos asamblearios, que por otra parte están estudiados a nivel teórico desde hace mucho por los que estudian política. Sorprende que los del #15m no se hubieran informado un poco más antes y presentaran el asamblearismo como la panacea universal de la democracia directa... Pero en fin, esto es una dispersión que sería muy larga.
Una de las reuniones a las que asistí en nombre del GEDEA tuvo lugar en Oleiros, A Coruña. Allí nos dejaron dormir en el colegio o el polideportivo (no recuerdo bien, solo que había espalderas en la sala y mucho sitio para poner los sacos de dormir). Las reuniones las hicimos en el colegio. Los chavales habían hecho una exposición sobre la basura en el mar y entre muchas cosas curiosas estaban las tapas de plástico de un informe de la CIA sobre un tema candente poco antes, cubiertas de restos de bichos marinos adheridos.
Unha porta a un conto de fadas by Akin, on Flickr
Además de las interminables asambleas, hubo conversaciones también interminables hasta altas horas de la madrugada en los bares de Oleiros, cerveza va cerveza viene, con batallones enteros de botellines vacíos formando disciplinadamente y que nadie fotografió porque no teníamos cámaras, de aquella, casi nadie.
Por eso, cuando nos llevaron a las Fragas do Eume de excursión, me senté en una ventana redonda de piedra mirando el paisaje soleado y hice algo que hacía entonces, y es decidir que ese momento debía quedar registrado en mis recuerdos para siempre. El paseo por las Fragas había sido maravilloso: un lugar de ensueño como se ve en las fotos de Akin. Pero desde esa ventana se veía algo que daba que pensar y es que en la ladera de enfrente había una frontera clara entre el bosque gallego autóctono y una plantación de eucaliptus sin ningún encanto, un conjunto de palitos en fila que nunca crecerían más allá del grosor requerido para convertirse en pasta de papel.
Por eso me alegré mucho cuando en 1997 declararon la zona parque natural. Por eso indigna tanto ahora que se queme justo la zona en la que se pretendía hacer una explotación minera. No tengo claro si la mina se podría haber hecho sin impacto ambiental en el parque o no, pero lo cierto es que el que haya un incendio como el que está habiendo destruye la posibilidad de averiguarlo.
Prefiero cuando los recuerdos se despiertan al comer una magdalena o escuchar una canción...
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